"La más cruel de las condenas es el destierro en este olvido", reza una breve reflexión de época, que perteneció a uno de los pocos y desafortunados convictos que estuvo alojado en Isla de los Estados, a principios de 1900.
Al mismo tiempo que el faro, la cárcel se construyo en lo profundo del fiordo de San Juan de Salvamento. Una cárcel sin barrotes ni alambrados de púas. Sin torres de vigilancia, ni perros guardianes. Sin familiares, sin visitas, sin regalos. Lo único que contenía a los presos en reclusión, era el olvido y la soledad inconmensurables.
Nadie que haya puesto pié en estas tierras o haya navegado estas aguas, podrá jamas, desacreditar las palabras de aquel condenado anónimo que purgo sus pecados en este mundo y pasó al más allá, redimido y sin mácula.
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