Una cosa me inquieta acerca de la selva, en general, y es que siempre hay al menos un par de ojos observandonos mientras recorremos los senderos. Por mucho que creamos que lo hacemos en modo "Kung Fu", sin dejar rastros en la arena, los ojos siempre están allí, clavados sobre nuestras nucas como dardos. La sensación de estar siendo observado es una de las más incómodas para este servidor, pues me gusta un coño que me estén escudriñando cuando no me meto con nadie. Pero supongo que así son las reglas en la ciudad de la furia, donde el que observa es el que vive para ver otro amanecer.
Así fue que le dije "piedra libre" a este par de ojitos que me miraban a corta distancia, desde su ramita decorada de musgos. Quieto y desde lo obscuro, justo sobre mi cabeza.
Y allí se quedo, soportando la friolera indigna de haberse convertido en un blanco fácil para mi cámara. Más luego volo hacia la espesura en busca de un lugar donde esconder sus vergüenzas.
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