Inocencia perdida...

Jugaban en el río la madre y su cachorro. Jagaban como si no hubiera mañana y tal vez sea así para esta especie. Jugaban porque eso es lo que hacen con sus vástagos los huillines, desde siempre. Y lo hacen al amparo de los bosques araucanos, de los fiordos, de los lagos.
El río trona fuertemente en su carrera hacia la desembocadura. Corre cristalino entre grandes piedras y es hogar de esta familia de solo dos miembros. Quizás los únicos de su especie en kilómetros.
Madre e hijo se mordisquean y retuercen en el agua helada, a simple vista parece una pelea a muerte.
De forma repentina la madre desaparece de la escena y el cachorro desorientado comienza a buscarla. Con un hilo de desesperación emite un aullido mientras continua su búsqueda cada vez más frenética. Pese al estruendo del río, el fino ruego llega a oídos de la hembra. Esta sube su cuerpo a una gran piedra para dominar el lecho. Cincuenta metros aguas abajo su retoño, a todo pulmón, vocifera su desgarrador llamado.
Cuando finalmente se reunen la cría enérgicamente reclama su madre tamaño descuido dandole fuertes empujones y gritándole al oído la angustia de su inocencia perdida.

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