El centinela...

Ahí estaba parado el Cabure, con todo su porte, contra vientos helados que provenían desde el corazón mismo del lago General Carrera.
Su rama se batía al compas de las rachas y el Caburé persistía anclado como si fuera uno con la delgada percha. El invierno avanzaba sobre la Carretera Austral y todos los bichos se preparaban para bailar al ritmo de la inclemencia. Pero el Cabure parecía despreciar los anuncios con actitud desafiante, parado ahí en su rama que casi zozobraba.
Pasé junto a él en mi retorno hacia la depuesta calidez del Parque Nacional Lanin. Y al ver su impertinente postura me apeé a la vera del camino para observarlo. Hecho un bollo de plumas para tolerar las gélidas trombas, me observaba con desdén y desafiante. Nada parecía convencerlo de dejar su tambaleante atalaya, cual porfiado capricho, mezcla de orgullo y adolescente soberbia.
Allí lo deje, paradito en su rama batiente mientras sus ojos trepanaban mi nuca al alejarme de la escena.
Corajudo el Cabure, no quisiera tener que enfrentar jamás una tozudez tan empírica.
Me compadezco de sus víctimas porque jamás podrán esperar piedad de tan desalmada criatura.

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